Así sufrió

Esta es la descripción de los atroces dolores que Jesús sufrió durante Su Pasión realizada por el gran estudioso francés, el Dr. Jean Barbet, que redactó su investigación a partir de los Evangelios y la Sábana Santa. Podrá ser una eficaz y extraordinaria meditación.

Yo soy sobre todo, un cirujano. Durante mi carrera profesional he estudiado a fondo la anatomía, ya que durante trece años he vivido en compañía de cadáveres practicando autopsias y por mucho tiempo he dado clases. Creo que puedo, por tanto escribir sin exageraciones.

La agonía en el Getsemaní

Jesús, entrando en agonía en el Getsemaní – escribe el evangelista Lucas – oraba cada vez más intensamente. Y comenzó a sudar “como gotas de sangre” que caían hasta la tierra. Es curioso que el único evangelista que reporta el hecho es un médico. Lucas. Y lo hace con la precisión de un médico. El sudar sangre o hematidrosis, es un fenómeno rarísimo que se produce en condiciones excepcionales. Para provocarlo se requiere un estado de postración física, acompañada de una violenta sacudida moral a causa de una profunda emoción o un gran miedo.

Tal tensión extrema produce la ruptura de las finísimas venas capilares que están por debajo de las glándulas sudoríparas y la sangre se mezcla con el sudor que brota y se acumula sobre la piel; después corre por todo el cuerpo hasta caer por tierra. Esto deja la piel del que lo padece sumamente sensible, el más leve roce arranca agudos dolores. Es como si la llaga estuviera por debajo de la piel.

Es el terror, el espanto, la angustia terrible de sentirse cargado de todos los pecados de los hombres lo que deben haber golpeado a Jesús.

La flagelación

Conocemos la farsa del proceso montado por el Sanedrín hebreo, el envío de Jesús a Pilatos y el jugueteo entre el procurador romano y Herodes. Al fin Pilatos ordena la flagelación de Jesús. Los soldados despojan a Jesús de sus vestiduras adheridas a la piel por el sudor de sangre, y sin ningún miramiento lo atan por las muñecas a una columna en el atrio del palacio de la Torre Antonia, donde se hospeda el procurador. Para la flagelación se utilizan los “flagelum”, que son látigos de varias tiras de cuero a cuyo extremo se amarraban dos bolitas de plomo o unos huesecillos que arrancan la piel a cada golpe.

Se sabe que la pena de la flagelación para un romano era máximo 39 azotes (IXL), pero para los no romanos no había límite, muchos morían. Y en este caso ¿a quién le importaba la vida de un pobre loco?

Las marcas en la Sábana de Turín son incontables; la mayor parte de los latigazos está sobre las espaldas, sobre la columna y sobre la región lumbar, aunque también hay sobre el pecho.

Los verdugos para las flagelaciones solían ser dos, uno de cada lado, en el caso de Jesús y por los vestigios de la Sábana Santa deben haber sido de complexión desigual uno alto y el otro más bajo, incluso es posible advertir que uno de ellos fue más cruel que el otro, golpeando en el mismo sitio, mientras que el otro repartió más los golpes. Ellos golpearon sin piedad aquella piel ya alterada por millones de microscópicas hemorragias del sudor de sangre, ellos golpean la piel, se abre y la sangre salpica.

A cada golpe Jesús se estremece en un sobresalto de dolor. Las fuerzas les abandonan: un sudor frío le humedece la frente, la cabeza le gira en un vértigo de nauseas, fuertes temblores le recorren la columna. Si no estuviera amarrado muy en lo alto por los puños, hubiera caído desmayado en un charco de su sangre.

La coronación

Después la burla de la coronación. (Con largas espinas, más duras que las de la acacia) Los soldados tejen una especie de casco, cono un nido de pájaro hecho de espinas y se lo ponen en la cabeza. Las espinas se entierran en el cuero cabelludo y lo hacen sangrar (los médicos saben cuánto sangra el cuero cabelludo).

La Sábana revela además que un fuerte golpe de bastón, dado oblicuamente, dejó sobre la mejilla de Jesús, una horrible herida contusa; la nariz se deformó por una fractura del cartílago.

El camino

Pilatos, después de haber mostrado a aquel hombre destrozado a la masa enfurecida, se lo entregó para la crucifixión. Cargan sobre la espalda de Jesús el grueso y áspero tronco que será el brazo horizontal de la cruz; éste pesa al menos una cincuentena de kilos. El palio vertical esta ya clavado sobre el Calvario. Jesús camina con los pies descalzos, por los caminos irregulares y llenos de pedruscos. Los soldados lo tiran con cuerdas. El recorrido, afortunadamente, no es muy largo, cerca de 600 metros. Jesús camina fatigosamente y tropieza con frecuencia; muy seguido cae sobre las rodillas. Y la espalda de Jesús está abierta de heridas. Cuando él cae por tierra la viga se le resbala y le desgarra la piel del dorso.

La crucifixión

Sobre el Calvario ha iniciado la crucifixión. Los verdugos, desnudan al condenado, pero su túnica se ha metido en las heridas y quitarla es atroz. ¿Alguna vez han quitado la gasa de una herida grande y contusa? ¿No han sufrido ustedes mismos esta prueba que en ocasiones requiere anestesia general? Entonces se podrán dar cuenta de qué se trata.

Cada fibra de tela adherida a la carne viva; al levantar la túnica, se lastiman las terminaciones nerviosas puestas al descubierto por las heridas. Los carniceros dan un jalón violento. Es inexplicable que ese dolor atroz no le provocase un síncope.

La sangre vuelve a brotar; Jesús es tendido de espalda sobre la tierra. Sus heridas se llenan de polvo y arenilla. Lo extienden sobre el brazo horizontal de la cruz. Los verdugos toman las medidas. Hacen un giro con una especie de taladro en el leño para facilitar la penetración de los clavos.

El verdugo toma un clavo (largo y cuadrado de unos 15-22 cm). Lo apoya sobre la muñeca de Jesús, con un golpe seco del martillo lo hunde y lo clava fijamente sobre el leño: ¡horrible suplicio! Jesús debe haber contraído el rostro espantosamente. En el mismo instante su pulgar, con un movimiento violento se encogió sobre la palma de la mano; el nervio mediano fue lesionado. Se puede imaginar aquello que Jesús debe haber sentido: un dolor lacerante, aquel provocado por la herida de gruesos troncos nerviosos. Comúnmente provoca un síncope, al menos hace perder la conciencia. En Jesús no sucedió. Si al menos el nervio hubiese sido cortado por completo ya no tendría sensibilidad, pero en vez de esto el nervio fue destruido sólo en parte: la lesión del tronco nervioso permanece en contacto con el clavo: cuando el cuerpo sea suspendido sobre la cruz, el nervio se tensará fuertemente como una cuerda de violín sobre el puentecillo. Con cada sacudida y cada movimiento, vibrará reavivando los dolores más terribles. Un suplicio que durará tres horas.

El verdugo y su ayudante empuñan el extremo de la viga; levantan a Jesús poniéndolo primero sentado y después en pie; de hecho lo hacen caminar hacia atrás, lo adosan al palio vertical. Después rápidamente fijan el brazo horizontal de la cruz sobre el palo vertical. Las espaldas de la víctima se han frotado dolorosamente sobre el leño rugoso. Las puntas cortantes de la gran corona de espinas han lacerado el cráneo. La cabeza de Jesús debió estar inclinada hacia delante, dado que el casco de espinas le impedía apoyarse en el leño. Cada vez que el condenado levanta la cabeza, reinician los piquetes agudísimos.

Le clavan los pies

Es mediodía. Jesús tiene sed. No ha bebido desde la tarde precedente. Los ligamentos se tensan, el rostro es una máscara de sangre. La boca está semiabierta y el labio inferior comienza a colgar. La garganta, seca, le raspa, pero Él no puede deglutir. Tiene sed. Un soldado le tiende, sobre la punta de la caña, una esponja llena de bebida agridulce, de uso entre los militares. Todo aquello es una tortura atroz.

Un extraño fenómeno se produce en el cuerpo de Jesús. Los músculos de los brazos se ponen rígidos en una contracción que va acentuándose: los músculos deltoides, los bíceps, están tensos e hinchados, los dedos se encorvan. Se trata de un enfermo herido repentinamente de tétanos, en camino a esas horribles crisis que no se pueden describir. Aquello que los médicos llaman tétanos, provoca los calambres, se generalizan: los músculos del abdomen se ponen rígidos en ondas inmóviles; después, los intercostales, los del cuello y los respiratorios. El respiro se hace, poco a poco, más corto. El aire entra con un silbido, pero no logra volver a salir.

Jesús respira con un ápice de los pulmones. Tiene sed de aire: como un asmático en plena crisis, su rostro pálido poco a poco se pone rojo, después se decolora en el violento púrpura y al final verdusco.

Jesús herido de asfixia, se sofoca. Los pulmones, llenos de aire, ya no se pueden vaciar. La frente está brillante de sudor, los ojos salen fuera de las orbitas. ¡Qué dolores tan atroces deben haber martillado su cráneo!

¿Pero qué cosa sucede? Lentamente con un esfuerzo sobrehumano. Jesús ha encontrado un punto de apoyo sobre el clavo de los pies. Haciendo fuerza, y con pequeños empujoncitos, se impulsa aligerando la tracción de los brazos. Los músculos del tórax se distensionan. La respiración se hace más amplia y profunda, los pulmones se vacían y el rostro recupera el pálido primitivo.

¿Para qué este esfuerzo? Porque Jesús quiere hablar: “Padre, perdónales, no saben lo que hacen.”

Después de un instante el cuerpo vuelve a aflojarse y la asfixia vuelve. Fueron registradas siete frases pronunciadas por Él en la cruz; cada vez que quiere hablar, deberá elevarse manteniéndose recto sobre los clavos de los pies; ¡inimaginable el sufrimiento!

Nubes de moscas, gruesas moscas verdes y azules, zumban alrededor de su cuerpo; se le acercan al rostro, pero Él no puede espantarlas. Después de un rato, el cielo oscurece, el sol se esconde; de un golpe la temperatura se baja.

Dentro de poco serán las tres de la tarde. Jesús lucha siempre; de cuando en cuando se levanta para respirar. Es la asfixia periódica del infeliz la que lo acaba. Una tortura que dura tres horas.

Todos los dolores, la sed, los calambres, la asfixia, las vibraciones de los nervios medianos, lo hacen soltar un lamento “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?”

A los pies de la cruz estaba la Madre de Jesús. ¿Pueden imaginar el dolor qué Ella probó?

Jesús grita: “¡Todo está cumplido!”

Después, con una gran voz dice: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”.

Y muere.


Del libro de Monseñor Fausto Rossi, “Todavía en el Getsemaní, Él busca el amor”, 1986

Comentarios

  1. Gracias, Mi Señor, por entregarte a todos estos sufrimientos por los que pasaste por nuestros pecados, por nuestras culpas, yo me siento tan trizte al no saber corresponder a todo lo que por nosotros hiciste, por la salvación de nuestras almas, a todo tu amor desmedido. Porque tú Señor siendo el Santo, el hijo de Dios, que no conociste pecado, nos redimiste por medio de tu muerte en la cruz, con tu Preciosa Sangre derramada por cada uno de nosotros. Señor te Adoro, te Alabo y Bendigo tu Santo Nombre, y te pido , te suplico me perdones, guíame en mis caminos, en el camino de la salvación, aleja de mi Señor todo pecado, ayúdame en la tentación, dame fortaleza de espiritú y ayudame Señor a cargar mi Cruz de cada día. También te pido por el descanso eterno de las almas benditas del purgatorio, por la paz en el mundo, por los que padecen de frío, de hambre, por los enfermos y por los que el día de hoy van a morir, conducelos a su morada eterna, Señor. Todo esto te lo pido por interseción de la Virgen María tu Santisima Madre, que en todo momento estuvo contigo, sintiendo en su corazón el mismo dolor y sufrimiento por el que pasaste. Gracias Señor por tu muerte de Cruz, por la vida que entregaste por nosotros para la remisión de nuestros pecados. Amén.

    nely maría ramos macías
  2. Les quedaría muy reconocido si tuviesen a bien divulgar la web sindónica que como Delegado en Canarias del Centro Español de Sindonología he elaborado con las últimas noticias e investigaciones sobre la reliquia.

    Muchas gracias.

  3. Hola, amigo Romualdo y a todos los amigos de la página. Sí que es un dolor tan inimaginable, lo que padeció Nuestro Señor. Cuantas cruces cargando a cuestas. Solo él. El único. El Bendito de Nuestro Padre, Único y verdadero. El Hijo de Dios. Nuestro Salvador. Cuanto sufrimiento, amigo mío, mi hermano y Gran, Gran Señor. Tuviste que padecer. Suspiro tras suspiro de saber cuántas heridas marcaron tu cuerpo Santo. Herido y maltrecho por los azotes, los golpes, las injurias y risas burlescas vertidas ante ti. Y aún así, implorabas: Padre, perdónalos. Porque no saben, lo que hacen. Y lo sigues haciendo Señor. Cuando sigues cargando nuestras cruces. Cuando a pesar de nuestra indiferencia y frialdad, sigues y persistes. Dándonos oportunidades para nuestro cambio. Cuánto nos quieres, Señor mío y Dios mío. No hay otro como tú. Perdónanos, Señor. No queremos ser como piedras. Sin sentido. Como barco a la deriva, como coche sin timón. Apodérate de estas débiles fuerzas, y dale sentido a nuestras vidas, para no hacerte sufrir más. No ves que lloramos cuando nos enteramos de todas estas heridas que marcaron tu cuerpo santo. Tu vida, Señor, y no hacemos nada. Somos nada entre la nada, Señor mío. Minúscula vida la nuestra. Ante la grandeza del Señor. Somos poca cosa. Ante tu dolor derramado. Como has podido aguantar tanto Señor, mío. Porque siendo tú, el hijo de Dios. Pudiste haber detenido todo eso. Pero no. Escrito estaba, que debías sufrir para cumplir la promesa hecha, A Dios Padre. Cuando pronunciaste estas palabras. Padre, si es posible. Aparta de mí, este Cáliz. Cuanto nos quieres, Señor mío, y porque no decir cuánto nos amas. Porqué para haber aceptado tal decisión, tuviste que interponer tu dolor ante el nuestro. Sabiendo lo que te esperaba y debías padecer. Por eso cuánto nos quieres, Señor mío, y aún más. Cuánto amas a tu Padre, ensalzando la belleza de su alma, con la obediencia de tu amor. Cuando lo demuestras diciendo: Hágase en mí, según tu palabra. Porque sabemos que amas tanto al Padre y los dos son uno en amor. Cuándo dices: El Padre está en mí, y yo estoy en él Padre. Cuanta grandeza de espíritu Señor, al demostrar el amor, a tu Padre. Y el amor hacia nosotros. Tus hermanos. Y todo, esto, ¿Porqué? Para salvación de nuestras almas. Almas que deambulan por el mundo. Ciegas, sordas y mudas cuando no sabemos valorar todo lo que hiciste y haces, por nosotros por no saberte amar. Y cuándo no correspondemos, a tu llamada de salvación. Pero no nos dejes Señor mío, seguir con esta indiferencia que ciega nuestra alma y empobrece nuestro espíritu que no nos permite ver más allá, lo grandioso de tu corazón rebosante de amor. Y todo esto, ¿porqué? Por la frialdad, la dejadez, inseguridad, desconfianza y la falta de fe, para entregarnos ciegamente a ti. Por eso aviva nuestra fe Señor mío para saber que no estamos solos en esta lucha. Si tan solo pudiéramos revertir esos dolores en amores. Para verte sonreír. Corrigiendo nuestro camino, y hacerte feliz. Bendiciones para todos mis amigos.

  4. Es una pena que no reflexionemos más en la Pasión de Nuestro Señor… por lo general, lo limitamos a Semana Santa… pero su dolor y sufrimiento son la máxima expresión del Amor que Dios tiene por la humanidad… gracias por tu comentario y puedes usarlo como gustes… DTB!

    Romualdo
  5. Realmente es impresionante… estoy familiarizado con las oraciones (tanto de 1 año que hice como las de 12 años que estoy haciendo) de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo reveladas a Santa Brígida y este informe es muy importante. Completa mucho los detalles necesarios para una mayor devoción a lo largo de nuestra vida, y muy especialmente en la Semana Santa.

    Destaco algunos detalles. Cuando el Doctor dice que son innumerables los cortes, laceraciones, llagas… en definitiva golpes según su profundo estudio a partir de la Sabana Santa, Jesús le reveló a santa Brígida que fueron en total 5.840. En un principio parece números totalmente exagerados, una hipérbole sobre el gran sufrimiento que sufrió. Pero desde luego JAMÁS ningún otro ser ha sufrido tanto como Cristo en su cuerpo humano. Sólo su divinidad pudo hacer que aguantara, y como repite varias veces el Doctor Barbet sin desmayarse profundamente.
    Comúnmente como refleja el arte, la Corona de Espinas no fue abierta arriba, sino circular cerrada, como una corona oriental. Ello coincide con el informe. Recuerdo que en el III oración que honra la Pasión de Nuestro Señor, la de Un Año, menciona el detalle de que los clavos eran cuadrados. Para una mujer de mediados del 1300 es bastante impresionante…

    Ahora mismo estaba pasando a ordenador una “Hora Santa” de 1936. Y aunque tiene partes que invitan a la reflexión, al agradecimiento y a la tristeza… creo que este tipo de informes de Doctores pueden ayudar mucho más.

    Gracias y con vuestro permiso, siempre incluyendo visiblemente la fuente de vuestra página, lo voy a reproducir en mi blog.

  6. DIOS LES BENDIGA, GRACIAS MIL GRACIAS POR EL ARTÍCULO,cuando niños en época de Cuaresma en mi pueblo veíamos peliculas, como el Manto Sagrado, y realmente nos causaba dolor la Pasión de nuestro señor, en este momento estoy más compungido por su acerba Pasión y Muerte, El que llevó nuestros pecados BENDITO Y ALABADO SEA.

    Pedro Arsenio Lavarreda Anléu

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