La alegría del perdón | La confesión 1

La confesión es una de los mejores medios para liberarnos del peso del odio y reconciliarnos con Dios, con nosotros mismos y con los demás. El catecismo de la Iglesia católica lo presenta, junto con la unción de los enfermos, como un sacramento de curación. La confesión, ciertamente, nos sana de muchos sentimientos negativos y nos libera de muchos pesos insoportables que, a veces, podemos llevar durante años. Personalmente, he podido comprobar, a lo largo de mi ministerio sacerdotal, cómo muchas personas, después de haberse confesado de graves errores, me decían que sentían mucha paz, como si se hubieran liberado de un fardo muy pesado.

La alegría del perdón | La confesión 1

Es muy agradable escuchar las palabras que Jesús dirige a cada uno, como le dijo al paralítico: Hijo mío, tus pecados te son perdonados (Mc 2, 5). No importa cuán grandes o graves sean nuestros pecados. Dios es más grande que nuestros pecados y siempre está dispuesto a perdonarnos y arrojar nuestros pecados a lo profundo del mar (Miq 6, 19). Y no sólo eso, siempre quiere sentir la gran alegría de perdonarnos y poder celebrar por nosotros una gran fiesta en el cielo, como dice en el Evangelio.

No olvidemos que la confesión, no solamente nos reconcilia con Dios, sino también con los hermanos a quienes hemos ofendido; igualmente nos reconcilia con nosotros mismos; y también nos reconcilia con la Iglesia, es decir, con todos los hermanos de quienes estábamos, de alguna manera, alejados al alejarnos de Dios por el pecado grave (Cat 1469). La conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la penitencia y de la reconciliación (Cat 1440).

Sin embargo, hay ciertos pecados que no suelen verse como tales y de los cuales, normalmente, casi nadie se confiesa. Veamos algunos: la incompetencia profesional, ejercer la medicina sin estar al día y sin ser competente. Ser maestro y no saber lo que debe enseñar ni estar preparado; ocupar un puesto de responsabilidad sin tener la preparación adecuada. No pagar impuestos, conducir en estado de ebriedad o con imprudencia o a alta velocidad. Robar bienes públicos, diciendo que son de todos. También es pecado apoyar directa o indirectamente la inmoralidad, participando en espectáculos inmorales o aceptando revistas pornográficas o viendo programas inmorales en televisión. Es pecado desperdiciar la comida u otras cosas que pueden ser útiles a otros, así como perder el tiempo sin hacer nada útil, durmiendo demasiado o hablando demasiado… Son muchos los pecados de omisión de los que casi nadie se acusa, pues no solemos darnos cuenta de la responsabilidad que tenemos de hacer siempre el bien a los demás, evitando hacerles daño.

Todo pecado es, fundamentalmente, una falta de amor a Dios y a los demás. Alguno ha dicho que todo pecado es desamor. Al pecar, estamos robando amor a Dios y a los demás, pues estamos disminuyendo nuestra capacidad de amar, al alejarnos de la fuente del amor, que es Dios. Por eso, al tener menos amor, daremos menos amor. Y privaremos a nuestros hermanos de todo el amor que deberíamos haberles dado, si no hubiéramos pecado. Además, el pecado, al ir contra nuestra naturaleza, que está creada para amar, nos crea un desorden interior, pervierte nuestras inclinaciones al bien y fomenta en nosotros sentimientos negativos de odio, envidia, soberbia egoísmo…, que nos hacen infelices y hacen infelices a los que nos rodean, pues los trataremos con menos amor. Por eso, hemos dicho que todo pecado es robo de amor. Al confesarnos, Dios nos perdona, sana nuestro corazón y volvemos a poder amar con nuevas fuerzas a Dios y a los demás. Así pues, la confesión es sanación y liberación.

El día de mañana veremos algunos ejemplos.


Del libro “La alegría del perdón”, por el Padre Ángel Peña… puede descargar este y otros de sus libros en autorescatolicos.org/angelpena.

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