Orar siempre, sin desfallecer

En estos días he estado repasando algunos temas sobre el “desierto” y recordé algo que una vez leí sobre la oración incesante… es una historia de un joven que se va al desierto y allí aprende a “orar siempre, sin desfallecer”… se las cuento:

Se trata de Máximo, un joven griego, que oye la llamada a ir al desierto para realizar las palabras de Jesús: “Hay que orar siempre sin desfallecer”. Se va, y el primer día todo marcha bien. Se pasa el día rezando el padrenuestro y el avemaría. Pero se pone el día, oscurece y comienza a ver surgir formas y brillar ojos en la espesura. Entonces le invade el miedo, y su oración se hace más insistente: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”. Y se duerme.

Al despertarse por la mañana, se pone a rezar como la víspera; pero, como es joven, siente hambre y sed, y ha de alimentarse. Entonces comienza a pedir a Dios que le proporcione alimento; y cada vez que encuentra una baya, dice: “Gracias, Dios mío”.

Vuelve la tarde con los terrores de la noche, y se pone a rezar la oración de Jesús. Poco a poco se habitúa a los peligros exteriores: el hambre, el frío y el sol; pero, como es joven, siente tentaciones de todas clases en su corazón, en su alma y en su espíritu. Habituado ya a la lucha, repite la oración de Jesús.

Se suceden los días, los meses y los años, y también el mismo ritmo de tentaciones, de oración, de pruebas, de caídas y de levantarse. Un buen día, al cabo de catorce años, van a verle sus amigos, y comprueban con estupefacción que está siempre orando. Le preguntan: “¿Quién te ha enseñado la oración continua?”. Y Máximo les responde: “Sencillamente, los demonios”.

De la introducción del libro “Día y Noche”, Jean Lafrance

Me gusta mucho esta historia… Máximo sintió un llamado de Dios… un llamado a la oración incesante… a ser de esos que siempre están ante la presencia del Señor… pero, ¿sabes algo?, al igual que Máximo, todos los cristianos recibimos esa misma llamada a la oración…

Como Máximo, junto con la llamada también recibimos esas ayudas que Dios nos proporciona para que nos acerquemos más a Él y nos abandonemos en sus brazos… esas ayudas son las pruebas que enfrentamos, las cruces que nos toca llevar, las cargas, los problemas… o, como les llama Máximo, “los demonios”…

Es prudente señalar que Máximo no se está refiriendo al Maligno, sino a esos miedos y temores que todos guardamos en el interior de nuestro corazón… esos miedos que nos angustian, que nos causan dudas y nos hacen desfallecer… pero son también esos miedos los que nos empujan a los brazos de un Dios Misericordioso que siempre nos acoge, nos consuela y nos da la paz…

La diferencia entre nosotros y Máximo es la perseverancia… cada día él repetía el ciclo y se abandonaba a la Voluntad de Dios… cada día daba gracias y cada día iba creciendo en comunión con Dios…

Aprendamos de Máximo… pongámoslo todo en las manos del Señor… entregándole nuestros miedos y dándole gracias por todo lo que pasa a nuestro alrededor… con el correr del tiempo, miraremos atrás y sorprendidos, podremos exclamar como San Pablo, “no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”…

Comentarios

  1. Máximo me muestra un GRAN mensaje, el camino a la santidad- Perseverancia,gratitud y entrega al señor, lo demás se dará por añadidura
    , AMÉN

  2. me hizo reir emotibamente la lectura de maximo es una parabora majistral y tierna ala ves tine su mensajito .

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