¿Qué afirma la Iglesia Católica sobre Jesucristo?

¿Qué afirma la Iglesia Católica sobre Jesucristo?

¿Cristo existió realmente?

Si, es un hecho histórico ampliamente comprobado. Jesucristo fue un Hombre verdadero, que trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre; no fue un mito, ni una creación de los hombres.

¿Hay fuentes históricas que prueben la existencia de Jesús?

Hay numerosas fuentes: helenísticas y romanas; fuentes judías; y fuentes cristianas.

¿Qué dijo Cristo de sí mismo?

Declaró que era Dios. Afirmó que era el Hijo Unigénito de Dios, de la misma naturaleza que el Padre.

Y además, manifestó su divinidad con su vida, con su doctrina y con sus milagros, sobre todo con su Resurrección.

O sea, ¿qué Cristo era en parte Dios y en parte hombre?

No; el Verbo se hizo carne no por transformación de la divinidad en humanidad, sino mediante la asunción de la naturaleza humana -alma y cuerpo- por la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

El Catecismo explica: “La Encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre” (Catecismo, 464).

A esta unión de la naturaleza humana con la naturaleza divina en la Persona del Hijo se llama unión hipostática. La Iglesia aclaró esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a las herejías y errores que la falseaban, como:

  • el “docetismo” que negaba que la Humanidad de Cristo fuera verdadera (decían que era aparente); esto fue rechazado por los Apóstoles (cfr. I Ioann 4,2-3; Catecismo, 465);
  • el “arrianismo” (herejía de Arrio), que es un error sobre la Divinidad de Cristo; decía que el Hijo de Dios “era de una substancia distinta de la del Padre”. El Concilio de Nicea (a. 325) enseñó que el hijo es “de la misma substancia (homousios) que el Padre” (Catecismo, 465);
  • el “nestorianismo” (de Nestorio), que decía que en Cristo había dos personas, una divina y otra humana. El Concilio de Efeso (a. 431) enseñó que en Cristo hay una sola Persona, la divina, que ha asumido una naturaleza humana. Este Concilio proclamó que María es “Madre de Dios” (Theotokos) (cfr. Catecismo, 466);
  • el “monofisismo” (“una-naturaleza”: error de Eutiques), que decía que en Cristo hay una sola naturaleza. El Concilio de Calcedonia (a. 451) condenó esta herejía enseñando que en Cristo hay dos naturalezas, la divina y la humana, “sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación” (DS 302; cfr. Catecismo, 467);

Para salir al paso de otros errores, el quinto Concilio Ecuménico (Constantinopla, a. 553), confesó: “No hay más que una sola hipóstasis [o persona], que es nuestro Señor Jesucristo, uno de la Trinidad” (DS 424).

“Por tanto, todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto (cfr. DS 255), no solamente los milagros sino también los sufrimientos (cfr. DS 424) y la misma muerte: «El que ha sido crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios, Señor de la gloria y uno de la Santísima Trinidad» (DS 432)” (Catecismo, 468).

En estas enseñanzas el Magisterio de la Iglesia utiliza las nociones de “persona”, “naturaleza”, “substancia”, etc. Estos términos están tomados del lenguaje común y se utilizan con un sentido que supera los esquemas filosóficos griegos de la antigüedad. Por eso, si estos términos se entienden mal, se entenderá mal también la enseñanza de la Iglesia.

¿Qué sentido tiene la Encarnación?

El motivo de la Encarnación lo encontramos en el Credo de la Iglesia: Dios se encarnó “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo”.
Es decir, el Verbo se hizo carne:

  • para salvar a los hombres y reconciliarlos con Dios (cfr. Catecismo, 457);
  • para que los hombres conocieran el amor de Dios (cfr. Catecismo, 458);
  • para darles un modelo de santidad (cfr. Catecismo, 459);
  • para hacer que los hombres y mujeres participaran de la naturaleza divina y llegaran a ser hijos de Dios (cfr. Catecismo, 460).

¿Merecíamos la Encarnación?

No; es un inmenso don que Dios ha querido darnos:

  • para aumentarnos la fe y la esperanza;
  • para ayudarnos a obrar rectamente;
  • para encender en nosotros el deseo de encontrarnos con Cristo;
  • y para que, al darnos cuenta de cuánto nos ama Dios, decidamos devolverle amor por Amor.

¿Qué significa la expresión Cristo descendió a los infiernos?

No significa que Cristo bajara al infierno de los condenados.

Para comprender el significado de este artículo del Credo de la Fe Católica, hay que tener en cuenta que el término “infierno” en la Sagrada Escritura puede significar tres cosas:

  1. el infierno de los condenados;
  2. el purgatorio;
  3. el “seno de Abraham” o lugar donde estaban retenidas las almas de los justos, que no podían entrar en el Cielo hasta que se cumpliera la Redención.

La expresión “Jesús descendió a los infiernos” significa que Jesús, después de su muerte, descendió al “seno de Abraham” para abrir las puertas del cielo a los justos que le habían precedido (cfr. Catecismo, 633 y 1026).

Es decir, Cristo, con el descenso a los infiernos, mostró su dominio sobre el demonio y la muerte, y liberó a las almas santas que estaban retenidas para llevarlas a la gloria eterna.

¿Jesucristo salvó sólo a los hombres y mujeres que nacieron a partir de su Resurrección?

No; la Redención -que debía alcanzar a todos los hombres de todos los tiempos- se aplicó también a los que le habían precedido (cfr. Catecismo, 634).

¿Qué significa que Jesucristo, al tercer día, resucitó de entre los muertos?

Con esa expresión se afirma que al tercer día tras su muerte, Jesús resucitó con el mismo Cuerpo que había sido sepultado. Y su alma volvió a unirse a su cuerpo.

Esto es completamente decisivo: es el fundamento de la fe cristiana: “Si Cristo no resucitó, es vana nuestra fe” (I Cor 15,17).

La Resurrección:

  • había sido profetizada en el Antiguo Testamento y por el mismo Cristo (cfr. Catecismo, 652);
  • fue enseñada con toda certeza por los Apóstoles;
  • la atestiguaron unánimemente la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia;
  • es un artículo de fe en los Símbolos (cfr. Catecismo, 638).

¿Todos los Apóstoles predicaron lo mismo?

Hay plena certeza histórica de que el Nuevo Testamento contiene fielmente la predicación de los Apóstoles desde el principio (cfr. Catecismo, 639); y que todos los Apóstoles predicaron la Resurrección de Cristo como una verdad fundamental.

¿Y no se lo pudieron inventar los Apóstoles?

La Resurrección es un hecho histórico que ha sido analizado y estudiado con mucho más rigor y con muchas más garantías que la inmensa mayoría de los datos históricos que todos admitimos firmemente.

La Resurrección es difícil de creer…

Es cierto; en este milagro se percibe una realidad misteriosa e inexplicable, que excede las fuerzas de la razón. Para entender esta verdad de la Resurrección en su totalidad, tal y como la enseña la Iglesia, se necesita el don sobrenatural de la fe.
Sin ese don, la inteligencia humana es incapaz de acceder al conocimiento de esas verdades.

¿En qué se diferencia la Resurrección de Cristo se diferencia de otras resurrecciones que se leen en el Evangelio, como la resurrección de Lázaro o la resurrección la del hijo de la viuda de Naím? (cfr. Catecismo, 645-646)

Se diferencia en estas cuatro razones:

  • Cristo resucitó por su propio poder, por ser Dios;
  • Cristo resucitó para no morir jamás;
  • Cristo es el primogénito entre los muertos y todos resucitaremos por Él y en Él (cfr. Catecismo, 994);
  • Cristo resucitó ya con su Cuerpo glorioso al tercer día de su muerte.

¿Qué significa la expresión La Ascensión del Señor, cuando se dice que “Subió a los Cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso”?

Significa que Cristo, a los cuarenta días de su Resurrección, subió por su propio poder a los Cielos (cfr. Act 1,9-10).

La Ascensión es la completa glorificación de la Santísima Humanidad de Cristo, por medio de la cual, como instrumento unido a la Divinidad, Dios obró nuestra Redención. En la Ascensión se contiene el cumplimiento y la perfección del misterio de la Encarnación (cfr. Catecismo, 661).

En este artículo del Credo los cristianos confiesan que Cristo “Está sentado a la derecha del Padre”, por “derecha del Padre” entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos, como Dios y consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se encarnó y de que su carne fue glorificada.

¿Qué quiere decir eso de que desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos?

Cristo Señor es Rey del universo, pero todavía no le están sometidas todas las cosas de este mundo (cfr. Heb 2,7; I Cor 15,28).

El triunfo del Reino de Cristo tendrá lugar al final de los tiempos, cuando el Señor vuelva de forma visible al mundo, con “gran poder y majestad” (cfr. Lc 21,27).

Antes de esta segunda venida o parusía d, habrá un último asalto del diablo con grandes calamidades y otras señales (cfr. Mt 24,20-30; Catecismo, 674-675).

No se sabe cuándo sucederá: Cristo no reveló el tiempo de su segunda venida (cfr. Act 1,7). Vendrá como Juez Supremo para juzgar a vivos y muertos: es lo que se llama el juicio universal.

¿En qué consiste ese juicio?

Sólo sabemos que se “revelará la disposición secreta de los corazones y dará a cada uno según sus obras y según la aceptación o rechazo de la gracia” (Catecismo, 682; cfr. Mt 25,31-46).

Es un juicio para la gloria de Dios, de forma que todos le tributen alabanza por su justicia y providencia.

Es un juicio para la gloria de Jesucristo, que -tras haber sido injustamente condenado y muerto en una Cruz- ha sido constituido, por su Pasión, Muerte y Resurrección, en Juez de vivos y muertos.

Es un juicio para la gloria de las mujeres y los hombres santos que recibirán, públicamente, el premio merecido por el bien que hicieron. Así se restablecerá la justicia porque en esta vida se alaba con frecuencia a los que obran mal y se condena y desprecia a los que obran bien.

Es algo terrible…

Sí, pero en Jesús va unida la misericordia a su justicia. Aparecerá lleno de justicia, de sabiduría, de poder, y de misericordia infinita.

Por eso, el Juicio final “es una llamada a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía «el tiempo favorable, el tiempo de salvación» (II Cor 6,2). Pensar en el Juicio nos recuerda la «bienaventurada esperanza» (Tit 2,13) de la vuelta del Señor que «vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído» (II Tess 1,10)” (Catecismo, 1041).

Bueno, pasemos a los primeros cristianos, ¿qué dijeron de Cristo?

Los Apóstoles, después de la venida del Espíritu Santo o Pentecostés, comenzaron a predicar a todas las gentes (cfr. Act 2,1-41; 4,4).

Más tarde, en la ciudad de Antioquía -donde se habían bautizado muchos-, los discípulos de Cristo “comenzaron a llamarse cristianos” (Act 11,26).

¿Dónde estuvieron los Apóstoles?

En todo el mundo entonces conocido. Por ejemplo:

  • San Pedro estableció su sede en Roma;
  • San Pablo hizo viajes por Asia Menor y por Europa predicando a los no judíos: “gentiles”. Muchos judíos se incorporaron a la Iglesia, pero otros muchos no quisieron convertirse y la persiguieron.

¿Los Apóstoles predicaron todos lo mismo o hubo “divisiones” o “partidos” entre ellos?

Todos los Apóstoles, unidos a Pedro, predicaron por todas partes la misma fe, establecieron comunidades cristianas y consagraron Obispos en cada lugar para que continuasen su ministerio.

Estas comunidades, gobernadas por los Obispos, se llamaron “iglesias” (la “Iglesia de Corinto” o “Iglesia en Corinto”; la “Iglesia de Efeso” o “Iglesia en Efeso”, etc.)


Este artículo está tomado de la sección ¿Qué sabes de Jesús? que está disponible en la página web conelPapa.com.

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